Mi momento espæcial: Carl Sagan y la Voyager

        


      No me cabe la menor duda: mi momento espæcial he de situarlo en algún día perdido a inicios de los 80 y he de agradecérselo a Carl Sagan y su magia cósmica.
Recuerdo que coleccionaba cromos de las selecciones nacionales del mundial de Naranjito que regalaban al comprar yogures. Corría el año de 1982 cuando  en la “primera cadena” vi un documental donde un señor con una gran sonrisa explicaba cosas asombrosas, oyéndosele de fondo en inglés doblado por una de las voces más poderosas de las que hemos disfrutado en la televisión: Jose María del Río.
Ese señor era Carl Sagan, un científico que no llevaba bata ni iba despeinado,  mostraba una nave espacial explicando que era una de las dos que se habían lanzado desde La Tierra años antes, acopladas a cohetes de potentes motores para una vez en el espacio, liberadas de éstos y como tratándose de un baile, recorrerían nuestro sistema solar a “saltitos” atrapada y lanzada por la gravedad de los distintos planetas que encontraría en su camino hasta salir hacia donde ya no se la fuera a detectar jamás, adentrándose en el “mar abierto interestelar”. Como una botella arrojada al océano vagaría por el espacio, solitaria, portando un tesoro en su interior: un Disco Dorado, de cobre  cubierto de oro que contiene un mensaje de la humanidad para quien lo recupere. Explicaba Sagan que el contenido del disco fue seleccionado para la NASA por un comité de expertos de la Universidad de Cornell, Alabama. Contiene saludos en 55 idiomas humanos, así como sonidos naturales tan diversos como el llanto de un niño, el canto de un gallo y los cantos de las ballenas jorobadas. También contiene 115 imágenes que muestran diferentes aspectos de la vida en la Tierra, 27 piezas musicales tradicionales de diferentes culturas de todo el mundo y un ensayo que cuenta la historia de nuestro planeta desde su formación más temprana, la evolución de la vida y el desarrollo de la tecnología hasta el presente. Cada disco está envuelto en una cubierta protectora de aluminio junto con un cartucho y una aguja, e instrucciones que explican cómo reproducir el disco, así como indicaciones del sitio en el que se originó la nave espacial.
Al escribir estos detalles, buscando los datos en la abundante literatura existente al respecto y con su gran obra “Cosmos” sobre mi mesa a modo de testimonio,  me sigue embargando la misma sensación de hace 38 años, ese espæcial momento vivido frente a la televisón, pensando en los  asombrosos ingenios que hacemos los humanos, en la soledad de sus viajes y en la posibilidad de que con el paso de los eones puedan llegar a ser analizados por seres que lleguen a tener la certeza de nuestra existencia, una civilización quizás extinguida para entonces, habitante de este Punto Azul Pálido desde el que escribo, tal y como lo definiera Sagan precisamente a partir de una fotografía de la Voyager 1. 


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